Sacarle la receta a un buen cocinero puede ser más complicado de lo que uno imagina. En parte, porque la cocina se le vuelve un gesto tan natural, tan espontáneo, que puede costarle reconstruir el paso-a-paso a pedido del público. Es como si alguien necesitara las instrucciones para caminar: lo hacés desde siempre y con bastante éxito, pero describirlo es más extraño que hacerlo.
La otra mitad de la dificultad para conseguir recetas de manos cocineras expertas puede ser, para qué negarlo, algo de mística. Cuando un plato provoca aplausos, elogios, y deseos de emulación, el gustito que siente el dueño del secreto debe ser cosa difícil de soltar. Es como pedirle a un buen mago que devele sus trucos…
Sea como sea, el papá de mi amiga Ofe hace, aparentemente, unos ajos a la miel que son de rechupete. Yo no los probé, pero a ella se le abren los ojos grandes cuando te lo cuenta. Y sea por el motivo que sea, el papá de Ofe responde sistemáticamente con un lindo divague cada vez que le piden la receta. Por guapo o por espontáneo, se queda siempre con el as en la manga, y las instrucciones bien guardadas.
Así las cosas, pusimos manos a la obra. Porque la sola idea me hizo picar el bichito de la curiosidad, y el lujo de detalles con que Ofe describe esos ajos confitados allanó bastante el camino: sabemos que tienen miel, que llevan vinagre, que quedan tiernos…
Recién salió una tanda pequeña de prueba, quedaron muy buenos. ¿Como los del papá de Ofe? Mmm… probablemente no. Pero nunca lo sabremos.



