Se te ocurre algo. Te lo imaginás. El entusiasmo crece como si tuviera levadura. Después vas y lo fabricás con las manos. Eso que te imaginaste, esa idea, ahora es una cosa adelante tuyo, existe y huele rico. Ahí lo tenés: uno de los momentos más lindos de cocinar.
Esta tarta empezó así, con una consigna: esponjoso. Se me antojaba una masa esponjosa, casi bizcochuélica, para una tarta salada. Hasta ahora sólo me animé con masas finiiiitas y crocantes; pero después de unas cuantas incursiones en la pastelería, tanto muffin y budín, pensé que me podía mandar. Y me mandé…
La alegría cuando di el primer mordisco, y se hundió en esa porción tibia, suave y absolutamente esponjosa, ahhh. Esa alegría no la puedo fotografiar. Puedo pasarles la receta por acá, eso sí. Y desearles la misma sensación de recompensa.



