Único devaneo previo a la receta: mi queso favorito de cabra es, lejos, el Chevrotin. Es uno de los más raros (ay, qué chica exquisita); en textura se parece al Gouda de vaca, en sabor es de los más suaves, no tiene ese picor casi azul de los quesos de cabra intensos. Si consiguen ése, no lo duden. Si no, usen el que haya mientras no sea untable (en ese caso habría que buscarle la vuelta para integrarlo, mmm desafío).
Entonces:
– rallar media taza de queso Chevrotin, en la parte gruesa del rallador.
– rallar media taza de remolachas cocidas.
– mezclar entre sí; primero.
– agregar una taza de avena arrollada entera,
– casi media taza de miel,
– poquita sal, pimienta y nuez moscada.
Hacer un esfuerzo de paciencia para integrar todo; ayuda si la miel es bien líquida o si la calentás un poquito antes.Después, es sólo cuestión de armar las galletas en una placa apenas aceitada o antiadherente, con ayuda de una cuchara.
Si hace falta para homogeneizar la mezcla, se puede agregar un chorrito de aceite, pero confiá en que es suficiente con poder armar de forma rústica los montoncitos de cada galleta, así, precariamente. En el horno van a ponerse más firmes, al derretirse el queso y fundirse con la miel.
Son sólo quince o veinte minutos de horno a 180°, dependiendo del horno de cada quien. Al enfriarse quedan crocantes. Voilá!
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