Mi mamá cocina genial. Pero genial en serio. El tema es que yo fui niña en los ochenta, y esa década fue durísima en muchos rubros. Locomía golpeó la música; las hombreras devastaron la moda; el fucsia iridiscente humilló el maquillaje. Y la cocina… la cocina no la sacó barata, tampoco.
Como decía, mi mamá cocinaba divino ya en esa época; pero afectada por el virus de la moda, se subió a la desafortunada ola de tendencias ochentosas, y su ensalada de cabecera me traumó fuerte. Zanahoria rallada, gajos de naranja y vinagreta con azúcar negra. La hacía para cada fiesta, cada cumpleaños, cada vez que había visitas. Estremecedor, amigos. Durísimo.
Todo esto viene al caso porque, hasta el día de hoy, nunca hice una ensalada con naranjas. Como ya he dicho, soy fan encaprichada de las recetas excéntricas, adoro los postres que llevan inusitadas verduras y hago muchas, muchísimas ensaladas con manzana, con mango; con cosas locas. Pero me costó aceptar a la pobre naranja, hizo falta una ensalada tan brillante como ésta.
Hinojos, naranjas y palta, con vinagreta de mostaza, miel y soja. La prescribimos desde hoy para curar traumas de infancia.
Sólo hay dos trucos para esta ensalada: uno, preparar todo con tiempo, para que el hinojo se macere bien en la vinagreta y le cambie la textura, se “cure” en la marinada. Y el otro, pelar a vivo la naranja, sacando todo el hollejo, la única parte un poco tediosa del asunto. Por lo demás, un-dos-tres-ya, uno de los experimentos más ricos de los últimos meses.
No haría falta la receta, pero ya que la damos como prescripción médica antitraumática, va por acá.



