En mi casa, de chica, no existían las albóndigas. Teníamos algo mucho mejor: las “copetas”, versión de mi abuela sefardí, siempre en salsa de tomate y acompañadas con su arroz turco: cocido con una cucharadota de salsa de tomate, terminado con un puñado de arroz frito. Al día de hoy, cada tanto me agarra una compulsión que me obliga a guardarme la vergüenza en el bolsillo, levantar el teléfono y pedirle a mi mamá, así, descaradamente, que me haga copetas. Porque no es lo mismo si lo hago yo, como sabe cualquiera que ame algún plato de su infancia. Por ahí me sale rico. Pero no tiene el mismo gusto, never.
Por eso, cuando se armó la segunda vuelta de “kiako-sisters-cook”, esta semana, decidimos en completo acuerdo que no íbamos a hacer copetas. Antes que copiarla, mejor homenaje a mi abuela es inventar una nueva versión, que valga en su propio nuevo gusto. Y cuánto me alegro de que fuéramos por ahí…
Las “copetas del nuevo milenio” resultaron ser de pollo, especiadas, y rellenas. Salieron en dos versiones, muy distintas. Primero, albóndigas al horno, apenas rebozadas, con salsita especial; crocantes por fuera, medio croquetas y muy coquetas. Y las otras, en salsa de coco y verduras, una especie de curry suave al estilo tailandés que nos voló la peluca .
Tratamos por todos los medios de elegir cuál de las dos nos gustó más, pero no hubo caso. Cada una de estas pelotitas fue derecho al arco: cada una, atrás de la otra, gol de media cancha.
Las dos recetas, con un paso a paso nunca visto en este blog (jaaaa) por acá.



