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Hace bastante que no hacía galletas de avena. Quizás porque en su momento abusé de ellas y las veíamos hasta en la sopa. O porque empecé a jugar más con otros cereales y harinas saludables. O también, porque la avena sirvió para otros grandes hits, como el porridge o la pizzeta, y existe un límite a cuánta avena una chica puede comer (aunque a veces no lo parezca).
Para volver a mencionarlas hacía falta una reversión como ésta. Llevan un poquito de cacao y un poquito de manteca de maní. Lo suficiente para subirle el volumen el sabor hasta el techo; pero no tanto como para transformarlas en “cookies de chocolate”, que no era la idea. Salen tiernas y suaves por la manteca de maní, pero bien crocantes, porque usé azúcar mascabo en lugar de miel.
Así que aquí van: galletas de avena, un clásico que se reinventa.
Ingredientes
- 1 taza de avena arrollada común - 1 huevo (reemplazable por linaza o chilinaza, para los veganos) - 3 cucharadas de semillas de sésamo - ¼ taza de aceite - ¼ taza de azúcar mascabo, o miel, lo que prefieras. - 2 cucharadas de manteca de maní - 2 cucharadas de cacao - 1 cucharadita de extracto de vainilla - 1 cucharadita de canela - 1 pizca de sal (no te hagas el gil, mirá que suma un montón).
Procedimiento
Es facilísimo: un auténtico caso de junto-todo-y-meto-al-horno. Precalentás el horno a 160° (bien bajo). Mezclas todos los ingredientes y si lo ves demasiado seco -y te cuesta apelmazarlo con la cuchara- podés agregar un chorrito de leche, o un poquito más de aceite.
Formar pelotitas con las manos. Llevarlas a una placa enmantecada, aceitada o de siliconas, y aplastar cada pelotita hasta formar galletitas redondas.
Hornear quince a veinte minutos, no más. Tienen que quedar tiernas aún, sin dorarse demasiado. Al enfriar se vuelven crocantes.




