Van dos ollas al fuego: una para la salsa, otra para la harina de maíz. Lo lindo de que la polenta no sea instantánea es que te hace darle tiempo al asunto de las verduras, que se hagan amigas despacito, tranqui.
Para la polenta: poner a hervir un litro de líquido por cada 300 grs. Si hay caldo, mucho mejor. Sino, está bueno darle amor al agua: laurel, especias… ojo a la sal, que hace falta. Cuando está hirviendo, se espolvorea la harina de maiz de a poco. Mágica o no, enseguida toma cuerpo y espesa. Da la sensación de que no va a tirar una hora: pero sí. Cada tanto se la revuelve, se chequea el condimento, se la mima. Pero no tiene mucho misterio.
Para el salsongo: primero, tostar las especias y dos dientes de ajo en un chorrito de aceite para que se “abran”, en gusto. Laurel, pimentón, comino, canela, jengibre, son cosas que me gustan a mí. Apenas unos segundos después, van de a poco las verduras bien chiquitas: cebolla, zanahoria, apio (daaale si al final te gusta), un tomate, verdeo o perejil van bien. Condimentar con sal, pimienta, salsa de soja. Cuando las verdus aflojaron la textura, un buen chorro de vino tinto se agradece. Dejar cocinar a borbotón lento y pesado hasta que se haga la polenta.
Está servido con queso de cabra rallado, mucha albahaca fresca y nueces o sésamo.
«No está permitido utilizar las imágenes o los textos de esta web con fines de lucro, publicitarios o comerciales ni en medios de comunicación sin la autorización de la autora. Toda reproducción de fotos, recetas y/o contenidos, sea total y parcial, debe acompañarse del crédito correspondiente y link a la fuente original»