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19 febrero, 2015Hay madres que sueñan con los primeros pasos de su bebé. Otras, con la primera palabra. Yo, como era de esperar, moría por este momento: Julia empieza a comer.
El entusiasmo era compartido: hacía ya un mes que la pajarita devoraba con los ojos (ya que no podía hacerlo con la boca) todo lo que comíamos adelante de ella. Miraba fijo cual perro delante de su presa, perdía interés en todos los chiches del mundo y hasta tiraba los bracitos a los platos. Nos armamos de paciencia y esperamos un poco más, hasta que fuera el momento justo. ¡Y por fin llegó el debut!
Ahora me dan ganas de compartir el 1-2-3 de Julia (alias Pochita Morfoni) con la comida, los primeros y muy divertidos pasitos que dimos juntas, esta cocinera y esta nena. Pronto vendrán también las recetas, que las hay y muchas. Mientras, creo que puede ser útil o al menos interesante para mamás y papás que tengan curiosidad por la experiencia.
Les voy a contar lo que aprendí durante la etapa inaugural de mi hija con la comida: un pequeño paso para ella, un gran paso para Kiako-the mamma-Cook.
Lo que sigue está basado, únicamente, en estas primeras experiencias juntas. Les recuerdo que no soy experta en nutrición ni en gastronomía: pero tal vez más de una mamá primeriza o un papá entusiasta tengan ganas de charlar un ratito del tema, de igual a igual, como quien toma un mate en la cocina (mientras los chicos juegan con un pedacito de palta…).
1- Prepárese para lo imprevisible. La mayoría de estos consejos se aplica a la cocina como al resto de la crianza de un pequeño cachorro. Sabé de antemano que te van a sorprender. Julia se desesperó por la comida con intensidad creciente durante un mes, y cuando por fin, con toda la pompa y circunstancia, le dimos bandera verde… se quedó totalmente quieta. Observaba la pera con una mezcla de aprehensión y desconfianza. Fue el primer objeto (comestible o no) que no quiso llevarse a la boca inmediatamente. Nos quedamos totalmente desconcertados, con la boca abierta (el papá y yo, mientras ella la tenía bien cerrada). Como sabíamos que lo más importante era pasarla bien, dimos por terminada la ceremonia y lo dejamos para otro momento. A no angustiarse, que la fiesta no tarda en llegar. Hasta el año, la fuente de alimento del bebé es la leche y la comida está de invitada para experimentar, aprender, disfrutar. Ojalá el resto de la vida siga en esas categorías!
Piensen que nunca, o casi nunca, dejamos hasta ahora que el bebé toque algo con la textura de la comida, sea un trozo de fruta o una papilla. Lo que mancha, lo que se desarma al tacto, es pegajoso o húmedo, estuvo casi siempre fuera de su alcance, como padres asépticos que somos. ¿Cómo no se va a sentir intimidada? Otro aspecto a considerar es la temperatura: no sólo los bebés toman la teta a temperatura corporal, es decir tibia, sino que rara vez juegan con algo frío de heladera. A veces, esto puede ser un factor que los despista. A tener paciencia y dejar que se familiaricen con texturas y temperaturas nuevas, a su tiempo.
2- Conozca a su adversario. Otra sabia apreciación válida para todos los demás aspectos de la vida con un bebé: no hay leyes universales. Hay aproximaciones, buenas ideas, generalidades… pero lo más importante es, hablando mal y pronto, junar al susodicho niño en sus gustos y preferencias, y en su carácter, también. Julia, por ejemplo, es una niña que habitualmente sabe muy bien lo que quiere y cómo lo quiere. Es cuestión de comunicarse y prestar atención: en su caso, al principio al menos, descubrimos su amor por sabores que no nos imaginábamos para ella. Las frutas de verano, especialmente las más ácidas como la ciruela, tuvieron un gran debut. En cambio las más tradicionales para darle al bebé (pera, manzana y banana) fueron despreciadas con una mueca. Además de la fruta, lo primero que cautivó su interés fue la yema de huevo, ¡podrán imaginarse mi cara! Así que allí fuimos, con huevitos orgánicos de granja, a mezclar con su puré de zapallo o zanahoria. También, por la naturaleza de Julia, resultó importante que la dejáramos tocar, no sólo la comida, sino la cuchara o el recipiente. Ella quiere dirigir el ritmo y la cantidad de las cucharadas y personalmente me resulta de lo más saludable. Que vaya tomando ella la batuta de sus comidas, por más enchastre que sea. Y oh, querido padre y colega madre: habrá enchastre. Entregate.
3- Persevera y triunfarás: importantísimo. El punto anterior no quiere decir que haya que darle a tu bebé exclusivamente lo que le gustó de movida. Nada más lejos de mi interés que reducir su dieta a 3 o 4 frutas y verduras. Por un lado, hay que seguir su marca para negociar: mezclar la fruta que no anduvo con la favorita; o agregarle una hojita de laurel a la zanahoria antes de cocerla, a ver si gusta más. Porque los chicos no pueden empezar con sal, azúcar ni aceite; pero eso no significa que no podamos incorporar albahaca a una papa al vapor, y retirarla antes de servirla. O una vaina de vainilla al puré de manzanas. No hay que dejarse encerrar en lo que comemos los grandes tampoco: combinaciones como manzana y batata, o pera y zanahorias, son ideas creativas que quizás funciones con un paladar desprejuiciado.
Por otra parte, esto no es kiako-dixit sino una verdad reconocida por todos: los niños tienen “ventanas” con los sabores, durante las cuales hay que volverles a presentar el mismo alimento y permitirles considerarlos nuevamente. Lo más probable es que, tarde o temprano, se reconcilien con esa pobre pera despreciada, como sucedió con Julia.
4- No te cases con nadie: hay dos corrientes opuestas a la hora de empezar a alimentar a los bebés. La más conocida y tradicional es la que propone darles papillas, lo más lisas y ligeras posible, para asemejar el alimento a la leche materna e impedir cualquier atragantamiento. La otra, más chocante quizás, se rebela contra los purecitos, porque impiden que el bebé tenga autonomía, tome su propio alimento y aprenda a relacionarse con él naturalmente, en su estado sólido y real. Esta corriente (conocida como Baby Lead Weaning) sugiere ofrecerle trozos grandes de frutas, verduras y hasta carnes, para que chupe o desmenuce a su gusto, y a su tiempo, sin depender ni del adulto ni de la cucharita en la boca.
Antes de empezar con Julia, quise optar por una u otra y me costaba decidirme. Dudé un montón ante esta dicotomía. Lo real ganó la partida, como debe ser -y como el papá había anticipado-: en nuestro caso, insisto nuevamente, sólo en el caso de mi hija, el resultado fue un mix. Ayuda mucho darle algunos alimentos en papilla, incluso con el agregado de un poquito de agua, sobre todo al principio, para que aprenda el mecanismo de tragar y se anime a descubrir los sabores. Ahora bien: no hubo fiesta más grande que la de ofrecerle una ciruela bien madura, gordita y entera, para su exclusivo tratamiento. Voy a recordar la secuencia entera por muchos años, desde el principio (casi una pelota colorada como cualquier otro chiche) hasta el final (una explosión roja y jugosa de ondas expansivas que alcanzó toda la casa, afortunadamente sin heridos). Todo lo que hay que hacer es prestar atención, retirar la piel o cáscara si empieza a estar suelta y es peligrosa, sacar el carozo a tiempo para que ni intente meterlo en la boca. Aunque, de cualquier forma, los chicos son más intuitivos de lo que parece y creo que no pasaría tan fácilmente como uno teme. Jugar con trozos de comida entero me parece un gran regalo para un bebé: no limitaría esa libertad, y veo que a mi hija en particular le encanta. Ahora bien, la papilla es bienvenida y le permite probar cosas que sino serían complicadas. También es una textura que merece ser conocida y no veo por qué no pueden compartir la mesa de un bebé, el puré junto con el gajo de palta o hasta el trozo de pollo. Insisto, con atención: mi pequeña india logró arrancar un bocado del mentado pollo a los pocos segundos de jugar con él. No tiene ni un diente: sólo mucho ímpetu.